Ni negro negro ni blanco blanco. Para el sector privado de la economía cubana el 2021 ha sido un año de contrastes. Por una parte, el acecho de la pandemia limitó muchísimo sus operaciones y la inflación que ha deja el proceso de reordenamiento económico les mina el camino, pero por otra, la “liberación” de las mipymes y la aprobación de casi 200 medidas para destrabar el sector agroindustrial por parte del gobierno crean un panorama esperanzador para el futuro cercano.
No obstante, una buena parte de los Trabajadores por Cuenta Propia (TCP) permanecen lejos del impacto de este tipo de transformaciones, pues sus ingresos dependen básicamente del esfuerzo diario de sus manos. Aunque siendo objetivos, en el caso de Rogelio García, los pies también “la sudan”.
Este hombre, con nombre de pitcher estelar, recorre dos veces al día buena parte del barrio más grande y habitado de la ciudad de Camagüey repartiendo pan, leche y el resto de los “mandados”. En Montecarlo, casi todos conocen al señor de 77 años, incluso muchos oídos identifican su paso atropellado cuando todavía no ha salido el sol y ya él anda con jabas y pomos, de la bodega a las casas.
“Al principio pensé ‘colgar los guantes’ un tiempo porque mi señora y yo estamos muy mayores y tenemos problemas de salud de esos que el coronavirus aprovecha para llevarse a la gente; pero la idea se nos quitó rápido, cuando sacamos la cuenta de lo dura que está la vida. Yo soy el mensajero que menos cobra en esta parte y probablemente en Cuba —dice muy seriamente, para que no pensemos que es una suposición—, porque no me gusta el abuso”.
El sistema de pago que ha acordado con sus cerca de 30 clientes varía en dependencia de los productos que mueva, pero nunca sus ingresos exceden los mil pesos mensuales. “Eso, sumando a mi chequera, me alcanzaba hasta hace unos meses; pero ahora, no. Algunas personas han empezado a pagarme más por iniciativa y casi todo el mundo me ha dicho que cobre un poco más. Pero a mí me da pena subir el precio del servicio, porque si todo el mundo se pone en eso, ¿a dónde vamos a parar?”.
“Todos los días se me hace más difícil seguir en esto. Con todos los problemas, la distribución se ha vuelto un relajo. Ahora, por ejemplo, les da por traer el pollo los domingos, con eso les quiero decir que no tengo día de descanso. Yo soy mecánico A, y a cada rato me vienen a buscar para que trabaje en talleres, incluso del turismo, pero los 40 años que estuve en eso ya fueron suficientes”.
El cliente más lejano está a tres kilómetros y llevarle el pan cada mañana pone al límite su “vieja bujía de isolato”, como le gusta llamarle a su corazón, que ya aguantó un infarto cardiovascular. Sin embargo, Rogelio no sirve para “estar sentado en la casa mirando al techo, yo estoy acostumbrado a la actividad”, le asegura a El TCP mientras recuerda cuando fundó el Ejército Juvenil del Trabajo. “Lo único que espero es que el 2022 venga menos ‘negativo’”.
Lo mismo desea Saray Woodroffe, porque ella sí vio interrumpida su labor cada vez que la situación epidemiológica se complicaba en Camagüey. “Me pasé tres meses en la casa porque el negocio tuvo que cerrar”. Hace seis años tiene su licencia, pero realmente acumula 10 como trabajadora doméstica en una de las casas de renta que más habitaciones tiene en la ciudad. “Mis jefes siempre me recomendaban que me legalizara para evitar multas, pero realmente me decidí a sacar la patente para garantizar una jubilación en el futuro y no me arrepiento. Fíjense que este año muchos han entregado la licencia y yo me mantuve. La ONAT nos liberó de un impuesto y solo tuvimos que pagar ‘el fijo’, poco a poco, en la medida de nuestras posibilidades; algo muy justo”.
Para fortuna de su familia, a inicios de este complicado calendario nacieron sus nietas, unas mellizas que, junto al hermanito mayor, son su alegría. “Pedí casi todo el mes para acompañar a mi hija previo al parto y la cuarentena, y como siempre recibí el apoyo de mis jefes. Después, cuando no podíamos abrir ‘la renta’, estuve haciendo algunos trabajitos en casas particulares para hacer un poco de dinero porque hay que mantener el hogar. Por suerte en el último semestre recibimos el permiso para volver a funcionar y aquí estoy, de siete de la mañana a tres de la tarde en días alternos”.
Desde que le aumentaron el salario, a esta mulata de raíces jamaicanas las cuentas le dan un poco mejor. “Las tarifas por hora de las habitaciones subieron y a nosotras nos exigen ser más ordenadas, ágiles y discretas para que los clientes sientan que están pagando un buen servicio. Muchos habituales jaraneaban con esa medida, pero saben que todo ha subido de precio, y cuando digo todo, me refiero a todo”, dice entre risas mientras nuestro fotógrafo capta su rutina previa a la apertura de ‘la casa’.
La misma duda de Saray estuvo en los pensamientos de Yoeni Frómeta, un chofer que arrendó hace par de años uno de los famosos “cocotaxis” que la empresa Taxi Cuba adquirió para mejorar el transporte urbano en Camagüey. “Me he pasado el año calculando si valía la pena seguir en esta modalidad, porque todo es más caro y estábamos obligados a operar solo al 50% de la capacidad del vehículo.
“Nosotros tenemos tarifas fijas por tramos durante la mayor parte de la jornada, aunque a partir de una hora podemos ajustarnos a la oferta y demanda. Imagínese que ocho de los doce meses del año el transporte de pasajeros estuvo suspendido en la ciudad, si no es porque la empresa negoció con las entidades del Ministerio de Salud Pública para que nos arrendaran en función de la lucha contra la COVID-19, estuviera viviendo del cuento. El contrato se hizo en base al promedio de ingresos que teníamos en tiempos normales y eso nos salvó en comparación con el 2020, cuando estuvimos parqueados demasiado tiempo”.
No obstante, esa nueva “pincha” no es “coser y cantar”, pues este muchacho de 42 años estuvo en riesgo constante de contagiarse con el virus, y con ello, afirma, le salieron las canas: “Algunos días no quería ni ir para la casa porque tengo un niño de ocho años alérgico. En ocasiones transportamos pacientes o médicos que después daban positivo al PCR. Eso me quitaba el sueño. Este carrito se fumiga más de lo que dice el protocolo, yo no toco a nadie y siempre me protejo, pero el miedo es constante. Comparado con un trabajador estatal, tengo ingresos superiores, pero entre el riesgo, las reparaciones del motor, que rondan los 35 000 pesos, y lo caro que sale hasta respirar, a veces creo que no vale la pena”.
Como a casi todos en Cuba, a estos TCP el pesimismo les “comió la cabeza” en más de una ocasión durante los últimos 365 días, porque “la cosa no ha sido fresa”, dice Yoeni. No obstante, como todos en este pedazo de tierra en el mar Caribe, ellos tratan de burlar las dificultades cada mañana, cuando se levantan convencidos de que la suerte se hace por cuenta propia.